Pronuncié mi nombre en la cima de una montaña,
espero paciente a que el viento la vuelva a gritar;
se quedó mi imagen grabada en bits dentro de una memoria,
ya nada escapa al ojo del cielo que todo lo ve;
pero no fue el viento el que gritó mi nombre,
ni el ojo que todo lo ve,
fueron labios de un niño que subió auna montaña y soñó.
Y soñó en mi oído el susurro de un río que fluye lleno de palabras
que resuenan sin pronunciar.
Cuando queda menos tiempo de vivir que lo vivido,
y se extienden las arrugas por debajo de la piel,
esperando que las agujas de mi corazón se paren
a la hora de empezar la cuenta atrás;
en las ruinas de mis sueños edifico rascacielos,
llenos de habitaciones y trasteros por llenar
con juguetes y postales que he guardado bajo llave,
y que ya no se ni donde estará;
y con todo lo que sé me he vuelto tonto,
porque todo en lo que creo se esfumó,
con el soplo susurrante de tu boca
que a mi oído mi nombre pronunció;
cae como nieve ardiendo que deshiela los conductos,
y de nuevo la corriente me electrocuta otra vez,
y me muevo por espasmos que tu cuerpo me procura,
aliviado por la cura de tu voz;
como todo lo vivido, de repente se ha extinguido,
y se convierte en ceniza lo que queda por vivir,
he bajado la ventanas y cerrado los postigos
porque el eco de tu boca sigue aquí.